miércoles, 5 de noviembre de 2014

Conmemoración de los fieles difuntos.


En santo ermitaño se cruzó en el camino con un monje de Cluny y le rogó dijese a San Odilón, abad de ese monasterio, que los demonios se quejaban por el número de almas que sus oraciones y la de sus religiosos libraban del Purgatorio.
En cuanto lo supo, el santo abad ordenó a toda su Orden que consagrara el segundo día de noviembre —el día siguiente a Todos los Santos— para rogar por la liberación de las Benditas Almas del Purgatorio. Esto fue en el año 998. Esta costumbre, adoptada en seguida por otros monjes y por la diócesis de Lieja en 1008, se extendió gradualmente por todo Occidente.

I. Las Almas del Purgatorio sufren la llamada Pena del Daño al estar privadas de la visión beatífica. ¡Qué cruel es la separación de no poder estar con Dios ni verlo! La naturaleza y la gracia los impulsan impetuosamente hacia Dios, pero no pueden llegar hasta Él. Lo que les causa más pena es ver que su dicha es aplazada porque, en la Tierra, tantas veces le dieron la espalda al Señor, prefiriendo atender a las creaturas y no al Creador. ¡Oh cristiano! ¡Ten piedad de estas almas y, con tus oraciones y mortificaciones, trabaja por retirarlas de tan triste morada!

II. Las Almas del Purgatorio también padecen la Pena de los Sentidos: Son atormentadas por el mismo fuego que castiga a los condenados al Infierno; la diferencia está en que los condenados sufrirán por toda la eternidad, pero las Almas del Purgatorio sólo por un tiempo. Puedes abreviar este tiempo con tus oraciones, ayunos y limosnas. ¿Negarás esta caridad a tus padres, a tus hermanos cristianos que te la piden? Oye su queja: ¡Tened piedad de mí, tened piedad de mí, por lo menos vosotros que fuisteis mis familiares y amigos!

III. Estas santas almas, sin embargo, tienen consuelos en medio de sus suplicios, porque están resignadas a la voluntad de Dios que en ellas se cumple para purificarlas, y porque ven, por un lado, el infierno que evitaron, y por el otro, el cielo que las espera.
Cristianos, aprendamos de ellas cómo hay que sufrir, y veamos de pasar lo más que podamos nuestro purgatorio en esta vida; suframos con la misma fortaleza y la misma esperanza que las Almas del Purgatorio. “Señor, purifícame en esta vida, a fin de que después de esta vida escape de las llamas del purgatorio” (San Agustín).

Las misas gregorianas.

Cuenta el gran Papa y Doctor de la Iglesia San Gregorio Magno (+604) que, antes de ser Papa, siendo todavía abad de un monasterio, había allí un monje llamado Justo que ejercía con su permiso la medicina. Una vez Justo aceptó una moneda de tres escudos de oro sin permiso de su Abad, faltando gravemente así al voto de pobreza. Tanto se arrepentiría luego de este pecado y tanto le dolería, que se enfermó y al poco tiempo murió, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a esta impiedad, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón Mago: “Que tu dinero perezca contigo”. A los pocos días, pensando que quizás su castigo había sido demasiado severo, encargó al ecónomo encargar
30 misas seguidas por el alma del difunto.
El mismo día que terminaron de celebrarse las 30 misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del Purgatorio, gracias a esas 30 misas.
Estas misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, Misas Gregorianas.

Las treinta misas gregorianas por los difuntos.

No es un dogma de fe, ni un precepto de la Iglesia que se tengan que rezar 30 Misas Gregorianas para que un difunto vaya al Cielo, sino una costumbre piadosa fundada en un Dogma de Fe de la Santa Iglesia que afirma la existencia del Purgatorio y la necesidad que tienen las almas de que recemos por ellas ofreciendo la Santa Misa, sacrificios y oraciones por su eterno descanso.
Por otra parte, muchas veces olvidamos que rezar por nuestros familiares difuntos es una obligación grave de caridad. Cuando, después de muertos, estemos ante el Juez Eterno, se nos examinará en las obras de amor y misericordia y el Señor nos hará entrar en el Paraíso si lo hemos socorrido a Él, presente en el pobre, el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo, el forastero. Y se es pobre no sólo materialmente, sino sobre todo espiritualmente. Y las Almas del Purgatorio son pobres espirituales a quienes damos de comer, beber, vestimos, visitamos y sanamos de su enfermedad cuando las socorremos con nuestra oración y sacrificios, en primer lugar con la oración y con el Santo Sacrificio de la Misa. Luego no rezar por el descanso eterno de nuestros difuntos es una vil omisión contra la caridad que tendremos que purificar en el Purgatorio, sólo sabe Dios por cuánto tiempo y con qué acerbos dolores.
La tradición tan hermosa de las Misas Gregorianas se está perdiendo en la Iglesia Oficial de hoy y ya ni los mismos sacerdotes y religiosos la conocen ni hablan de ella a los fieles, como tampoco creen ni hablan del Dogma Purgatorio y de las almas que allí están prisioneras. A la apostasía de la fe de este siglo —que tanto se ha incrustado en los hombres de Iglesia— hay que unir la tremenda falta de formación religiosa doctrinal y espiritual en el clero secular y regular y la consecuente ignorancia en cuestiones de fe en los fieles, receptores pasivos de esta carencia de sus pastores. Ello ha producido la pérdida del sentido religioso de la vida cristiana a favor de un secularismo vacío y horizontalista.
Así, hoy la tendencia errónea de los curas y religiosos es preocuparse del cuerpo y no del alma de los fieles; de la vida en el mundo y no de la salvación eterna del alma; de edificar una sociedad terrena y no la Ciudad del Cielo; de anunciar las realidades sociales, económicas y políticas y no proclamar el Reino de los Cielos como lo hizo Nuestro Señor y quiere que ellos lo hagan. El celo por la salvación de las almas ha sido reemplazado por el celo del estómago. El cumplimiento de los Mandamientos de Dios, por la búsqueda de los Derechos del hombre. La Iglesia Santa por el mundo laicista. El Cielo por la tierra…
El no implorar por las almas del Purgatorio es también una consecuencia de la pérdida de fe en el Dogma del Purgatorio, proclamado solemnemente por la Iglesia. En el nº 1334 del Enchiridion Symbolórum de H. Denzinger y P. Hünermann (Ed Herder 1999), encontramos la siguiente afirmación solemne del Concilio de Florencia (XVII Ecuménico) del año 1445 cuando habla de los difuntos: Asimismo, si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas con penas purificatorias después de la muerte, y para ser aliviadas de esas penas, les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, tales como el Sacrificio de la Misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los fieles acostumbran a practicar para los otros fieles, según las instituciones de la Iglesia.
Por su parte el Concilio de Trento el 3 y 4 de diciembre de 1563 realizó la siguiente declaración dogmática (nº 1820 de la edición antedicha): La Iglesia Católica, instruida por el Espíritu Santo, habiendo enseñado en los santos concilios y recentísimamente en este Sínodo Ecuménico, conforme a las Sagradas Escrituras y a la antigua tradición de los Padres, que existe un Purgatorio y que las almas retenidas allí son ayudadas por los sufragios de los fieles, en especial por el Sacrificio propiciatorio del Altar, por este Santo Concilio manda a los obispos que la sana doctrina sobre el Purgatorio transmitida por los Santos Padres y sagrados Concilios, sea creída por los fieles cristianos, mantenida, enseñada y predicada en todas partes.
Que la visión de San Gregorio nos estimule a hacer ofrecer con frecuencia la Santa Misa por los Fieles Difuntos, y se renueve en la Iglesia —al menos en lo que a nosotros dependa— la fe en este Misterio. Que nos estimule a todos a rogar por las almas del Purgatorio, sobre todo por las almas de los sacerdotes, religiosos y miembros de la jerarquía —aún los más altos en ésta— que son quienes están terriblemente padeciendo allí (ojalá que, al menos, hayan alcanzado a llegar al Purgatorio…) por tantos pecados de infidelidad a su vocación por preferir obedecer al mundo antes que a Cristo, a los novadores antes que a la fe revelada en las Escrituras y transmitida por el Magisterio Tradicional de la Santa Iglesia, así como por el ejemplo, reglas y enseñanzas de los Santos Fundadores de sus Órdenes y Congregaciones.


Architriclinus