sábado, 31 de marzo de 2012

Citas magistrales de J.R.R. Tolkien.



Siempre se ha sabido que Tolkien ha sido un ferviente católico, fiel a la doctrina tradicional de la Iglesia. Nos pareció interesante compartir esta cita “magistral” -como la llama el autor que la publicó- y que, verdaderamente, a nosotros también nos resulta magistral. También podemos decir al respecto, que no nos deja de sorprender la actualidad que encierran estos consejos de Tolkien a su hijo Michael.

Citas magistrales de J.R.R. Tolkien.

Las herejías de la antigüedad aparecieron, se desarrollaron y se extinguieron (con más o menos huella y/o eco). Por causas y en circunstancias muy variadas. Sumariamente, las herejías son parcializaciones del Credo originadas por una falta de asunción/profesión de la fe, ya sea por insuficiencia/exceso o por perversión. El cisma consumado y estructurado, confirió más estabilidad a las heterodoxias doctrinales, siendo este el caso de la pervivencia hasta la actualidad de algunos de los grandes cismas antiguos, aunque su presencia y estadísticas humanas sean, muchas veces, poco significativas.
La única herejía que se ha desarrollado y extendido - si bien degenerando constantemente desde sus propios orígenes - coincidió con un momento cultural definitivo e irreversible, marcado por la invención de la imprenta y la divulgación de la lectura y la propaganda escrita. No se entiende el luteranismo-protestantismo y sus derivados prescindiendo del fenómeno cultural anejo a su génesis: Sin libros y difusión de prensa, la reforma protestante hubiera terminado circunscrita y abortada en más o menos tiempo.
El medio de comunicación “virtual” que conecta a un mundo cada vez más ocioso y dependiente de la comunicación/intercomunicación, está suponiendo una muy particular y extensiva (la “intensidad” dependerá de personas y circunstancias) animación de las heterodoxias: Hay más gente “opinante”, imbuida de un “derecho a opinar”, y abundantes medios para la fácil difusión de las opiniones, con una marcada proclividad “sensacionalista” para la difusión de lo peor y más nocivo.
Cada vez es más frecuente que los seglares, sin una específica vocación personal, accedan a los estudios teológicos como a una cualquier otra formación, de la que en muchas ocasiones -dependiendo del centro de formación y sus docentes- sacarán impresiones/juicios sin referencia a la Iglesia y en contra de la fe. Igualmente aparecen nuevas publicaciones de nuevos autores, muchos de ellos sacerdotes o “gente de Iglesia”, que enrarecen, desvirtúan o pervierten la teología, al margen del Magisterio (sin hablar de la competencia, información y garantías de esas publicaciones pseudo-teológicas).
Para contrarrestar el fenómeno, urge la presencia/actividad de una “ortodoxia on line”. El “oportune et inoportune” paulino, nunca ha sido tan urgente; el recurso a la solidez y fecundidad de la Tradición, pocas veces tan necesario.
Dos amiguetes me han recordado una cita que han visto hace poco en internet, no recuerdan ni me saben decir dónde. Por eso he tenido que ponerme a buscarla yo, que soy el que tiene libros -no sólo de internet se nutre el enterado- y los maneja. Y ahí va la cita, a ver qué tal:


“... Pero tú hablas de «fe debilitada»... En última instancia, la fe es un acto de voluntad, inspirado por el amor. Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad deteriorarse por el espectáculo de las deficiencias, la locura, aun los pecados de la Iglesia y sus ministros; pero no creo que alguien que haya tenido fe alguna vez, retroceda más allá de su límite por estos motivos (menos que nadie, quien tenga algún conocimiento histórico).

El «escándalo» a lo más es una ocasión de tentación, como la indecencia lo es de la lujuria (a la que no hace, sino que la despierta). Resulta convincente porque tiende a apartar los ojos de nosotros mismos y de nuestros propios defectos para encontrar un chivo expiatorio... La tentación de la «incredulidad» (que significa realmente el rechazo de Nuestro Señor y Sus Demandas) está siempre presente dentro de nosotros. Una parte nuestra anhela contar con una excusa para que salga al exterior. Cuanto más fuerte es la tentación interior, más pronta y gravemente nos «escandalizarán» los demás.

Creo que soy tan sensible como tú (o cualquier otro cristiano) a los «escándalos», tanto del clero como de los laicos. He sufrido mucho en mi vida por causa de sacerdotes estúpidos, cansados, obnubilados y aun malvados; pero ahora sé lo bastante de mí como para ser consciente de que no debo abandonar la Iglesia (que para mí significaría abandonar la alianza con Nuestro Señor) por ninguno de estos motivos: debería abandonarla porque no creo o ya no creería aun cuando nunca hubiera conocido a nadie de las órdenes que no fuera sabio y santo a la vez. Negaría el Santísimo Sacramento, es decir: llamaría a Dios un fraude en su propia cara.

Si Él fuera un fraude y los Evangelios, fraudulentos, es decir, episodios seleccionados con la mala intención de un loco megalómano (que es la única alternativa), en ese caso, por supuesto, el espectáculo exhibido por la Iglesia (en el sentido del clero) en la historia y en la actualidad, sería una simple prueba de un fraude gigantesco. Pero si no, este espectáculo es, ¡ay!, sólo lo que era de esperar: empezó antes de la primera Pascua y no afecta a la fe en absoluto, excepto en cuanto podemos y debemos estar muy apenados.

Pero deberíamos apenarnos por Nuestro Señor, identificándonos con los escandalizadores, no los santos, sin clamar que no podemos «tolerar» a Judas Iscariote, o aun al absurdo y cobarde Simón Pedro o a las tontas mujeres como la madre de Santiago, que trató de poner a sus hijos por delante.

Exige una fantástica voluntad de incredulidad suponer que Jesús nunca realmente «tuvo lugar», y más todavía suponer que nunca dijo las cosas que de Él se han registrado (tan incapaz era nadie en el mundo de aquella época de «inventarlas»): tales como «antes de que Abraham existiera Yo soy» (Juan VIII); «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan IX); o la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan VI: «El que ha comido mi carne y bebido mi sangre tiene vida eterna».

Por tanto, o bien debemos creer en Él y en lo que dijo y atenernos a las consecuencias, o rechazarlo y atenernos a las consecuencias. Me es difícil creer que nadie que haya tomado la Comunión, aun una vez, cuando menos con la intención correcta, pueda nunca volver a rechazarle sin grave culpa. (Sin embargo, sólo Él conoce cada una de las almas singulares y sus circunstancias).

La única cura para el debilitamiento de la fe es la Comunión. Aunque siempre es Él Mismo, perfecto y completo e inviolable, el Santísimo Sacramento no opera del todo y de una vez en ninguno de nosotros. Como el acto de Fe, debe ser continuo y acrecentarse por el ejercicio. La frecuencia tiene los más altos efectos. Siete veces a la semana resulta más nutritivo que siete veces con intervalos...

A mí me convence el derecho de Pedro, y mirando el mundo a nuestro alrededor no parece haber muchas dudas (si el Cristianismo es verdad) acerca de cuál sea la Verdadera Iglesia, el templo del Espíritu, agónico pero vivo, corrupto pero sagrado, autorreformado y reestablecido.
Pero para mí esa Iglesia, de la cual el Papa es la cabeza reconocida sobre la tierra, tiene como principal reclamo el que sea la que siempre ha defendido (y defiende todavía) el Santísimo Sacramento, lo ha venerado en grado sumo y lo ha puesto (como Cristo evidentemente lo quiso) en primer lugar. Lo último que encomendó a san Pedro fue «alimenta a mis ovejas»; y como Sus palabras deben siempre entenderse literalmente, supongo que se refieren en primer término al Pan de la Vida. Fue en contra de esto que se lanzó la revolución del Oeste de Europa (o Reforma) -«la blasfema fábula de la Misa»- y la oposición entre las obras y la fe, un mero falso indicio...

...Pero me enamoré del Santísimo Sacramento desde un principio...pero, ¡ay!, no he vivido a su altura. Ahora rezo por vosotros todos, sin descanso, para que el Curador (el Haelend, como el Salvador era por lo general llamado en el inglés antiguo) corrija mis defectos y ninguno de vostros deje de nunca exclamar: Benedictus qui venit in nómine Dómini!”

Es una carta de J.R.R. Tolkien a su hijo Michael, 1 de Noviembre de 1963 (cfr. J.R.R.Tolkien Cartas, selección de Humphrey Carpenter; carta 250, pp. 393-96. Minotauro, Barcelona 1993).


Me pregunto qué efecto tendrá (o no) entre los adictos-ilusos tolkienianos este texto. También si no hubiera sido mejor que master Tolkien se hubiera dedicado un poco ex profeso a la apologética, con ese estilo tan contundente que expresan estos párrafos de su epistolario familiar.
De todas formas, es un valioso testimonio de uno de los hombres que han marcado con su obra la Literatura Universal. Con plena (y afectada) conciencia, el Tolkien que se fundamenta y hace fuerte en la tradición más genuinamente católica, es un buen maestro/consejero para los perplejos: Los perplejos de buena voluntad, of course.

Visto en el Blog El Rincón de Tolkien.