martes, 10 de mayo de 2011

El Buen Pastor. Domingo segundo de Pascua (1967). Leonardo Castellani.

Imagen de las catacumbas romanas S. III.

El Buen Pastor. Domingo segundo de Pascua (1967).

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. (Jn. 10,11-18)

La Iglesia pone en medio del Tiempo Pascual la parábola del Buen Pastor o del Pastor Hermoso literalmente: “kalós” y no “agathós”. Es la parábola más personal que hizo Cristo; o mejor dicho, la única personal, en la cual se retrató a sí mismo. En las demás parábolas habla de Dios Padre: Él es allí “el Hijo”, que su Padre manda a los malos arrendatarios, y es asesinado por ellos. Mas esta parábola empieza con YO: “Yo soy el Pastor Hermoso”.
Es de notar que es éste su retrato, Cristo implícitamente dice que es Dios: pues este nombre de “Pastor” dan los profetas antiguos a Yahveh, Dios; y aquí Cristo se autoaplica esta palabra, e incluso toma versículos de Isaías, Ezequiel y Zacarías. Pone en ellos su sello personal; diciendo una cosa que los Profetas no podían decir de Dios: "El Buen Pastor da su vida por sus ovejas"; lo cual es la máxima prueba de amor —como dijo en otra parte.
Cristo pinta aquí cómo es y será su gobierno: como el de un Pastor. En las apariciones destos cuarenta días hasta la Ascensión, Cristo asume el papel de Consolador, como dice San Ignacio; es decir, el de Pastor Bueno y Rey Magnánimo. No reprende a los Apóstoles que lo habían abandonado en su Pasión, porque los ve arrepentidos; sólo a Pedro, que había de ser la cabeza, le pide una retractación de sus tres negaciones, en una forma amable: “¿Me amas tú más que estotros?”, que es una forma también sagaz: pues el Pedro fanfarrón de antes hubiera respondido sin vacilar: —Pues sí señor; te amo más que todos— como de hecho ya lo había hecho: “Aunque todos estos te abandonaren YO no te abandonaré”. Pero el Pedro ya morigerado responde cercano a las lágrimas remitiéndose al juicio del Maestro: “Maestro, tú sabes que te amo”. No dice ya “más que los otros”. No cayó en la trampita.
De manera que éste será el gobierno de Cristo en este mundo y el mundo por venir; porque ésta es la idiosincracia de Cristo como hombre, pintada por Él mismo. “La Política de Dios y el Gobierno de Cristo” dice Quevedo.
Con este título escribió Don Francisco de Quevedo y Villegas un libro de política cristiana, imitando y también superando a Bossuet: “Política Sacada de las Sagradas Escrituras”. Describió la política de la Cristiandad cuando ella se perdía, se había perdido en algunas naciones, comenzaba a perderse en España. Eso suele pasar, la gente se fija en el sol cuando se pone, los poetas describen los crepúsculos, en que el sol parece más soberano que nunca; pero es para morir. Así Cervantes escribe el Quijote cuando está muriendo la Caballería, donde a vueltas de una sátira de las novelas de Caballería encierra su admiración por el ideal caballeresco que moría. Y Dorotea Sayers encierra en una novela policial “Cloud of Witnesses” las grandes y necesarias virtudes de la nobleza cuando la nobleza inglesa desaparecía; y lo mismo que Cervantes, ella describe esas virtudes no en un loco pero sí en una familia ducal extravagante: el detective Peter Winsey, su hermano mayor el Duque de Denver, su hermana María y su madre la Duquesa, que son cuatro descentrados casi chiflados; pero llega el momento del apuro y se muestran insustituibles, con una conducta de señorío que ningún plebeyo puede tener. “Esto se va a perder; pero miren Uds. lo que pierden” parece decir la escritora.
Así, cuando comienza la decadencia de España, Quevedo recuerda con añoranza el gobierno antiguo, la política de la Cristiandad, es decir, de Cristo. Esos dos Reyes que le tocaron, Felipe III, Felipe IV, eran dos irresponsables: Felipe III fue el primer Rey católico que hizo la inflación de la moneda; Felipe IV se metió en alianzas funestas y guerras insensatas; pero no fueron ellos propiamente sino los dos favoritos, el Duque de Lerma y el Conde Duque de Olivares, que eran los que gobernaban en realidad —y cuyos gobiernos fueron desastrosos. Por eso Quevedo en su obra habla continuamente del problema de los “ministros” (que los españoles llamaban “validos”) y exhorta a los Reyes a no entregarse a ellos. La primera parte de su "Política de Dios, Gobierno de Cristo y Tiranía de Satanás" es una catilinaria embozada contra el ineptísimo gobierno de Lerma, ministro inepto y ladrón; el cual acabó por mandarlo a la cárcel. Librado con gran trabajo cuando subió Olivares, bajo Felipe IV, no dejó un momento de censurar el mal gobierno del país, y fue dos veces más a la cárcel; y murió en ella.
El libro de Quevedo no podía aprovechar a los dos Felipes —últimos de la casa de Austria: Felipe III fue débil, perezoso ignorante y beatón; Felipe IV, más capaz, fue un desatado libertino, a quien se podía tener quieto presentándole mujeres livianas. ¿Para quién escribió Quevedo? ¿Para la posteridad? La posteridad no le ha hecho caso. Digamos escribió para la eternidad, para la cual escriben todos los grandes escritores.
¿En qué consiste pues este gobierno de Cristo? En una palabra: consiste en la justicia con los pobres y la piedad con los ricos (no al revés, como parecería debe ser) y el rigor con los malos magistrados, sobre todo los malos ministros. El gobierno descrito por Quevedo, que parece complicado, es en su espíritu el gobierno del Buen Pastor. En el capítulo XVIII pregunta a quién han de ayudar y para quién nacieron los Reyes. Y responde: “para los pretendientes, los beneméritos (o sea los que tienen méritos), los agraviados, los oprimidos, los pobres y las viudas”, —lo que dice el profeta Ezequiel que hace el Buen Pastor: acude primero a las ovejas desvalidas.
Durante estos malos aires de España nació la ciudad de Buenos Aires. Lo peor que había entonces en España (en medio de muchas cosas buenas) era la adulteración sutil de la religión, que se esclerotizaba, se volvía exterior, se entibiaba en la fe y se "iba en vicio", es decir, en follaje. El ejemplo lo tenemos a la vista: Quevedo era un hombre rebelde, iracundo y procaz en el hablar (no tanto empero como se cree) pero tenía una genuina fe sobrenatural, iluminada y actuante; al frente de él se hallaban Felipe III con sus novenas y medallitas y Felipe IV que en medio de sus liviandades se carteaba con una monja santa, la Beata María de Agreda, para aparecer como cristiano; lo mismo que la Reina Isabel II, la Reina más libidinosa que hubo en España, que tenía por confesor a San Antonio María Claret —a quien no hacía el menor caso. Estos no tenían genuina fe, en medio de sus aspavientos de devoción y religiosidad; que era superstición.
Así que en este país tuvimos una pesada herencia: por un San Francisco Solano, muchos Felipes, Lermas y Olivares; y no el gobierno de Cristo, sino un despotismo ilustrado, como ahora. El que va a reconstruir el país, si acaso, no será un Economista, sino un hombre religioso y un Dictador Agobiado; es decir, un hombre a quien le duela la Argentina, entrañablemente, y que cargue en sus hombros por amor de Cristo una carga que no pueda llevar. Y nosotros lo único que podemos hacer es rogar a Dios por ese tal hombre. Digo mal, podemos más: podemos gobernarnos en nuestro pequeño círculo por la política de Dios y el gobierno de Cristo, que es gobierno de justicia y caridad de Pastor Hermoso; tener en su alma sed de justicia y sabor de caridad, eso puede el más humilde de nosotros.

R.P. Leonardo Castellani, tomado de “Domingueras Prédicas”, Ediciones Jauja, Mendoza, Rep. Argentina, 1997. Fuente El Cruzamante Blog.